“Nos acercamos a una crisis global de fraude impulsada por la IA”
Durante un intercambio muy esperado en la Reserva Federal de los Estados Unidos, el CEO de OpenAI, Sam Altman, compartió una advertencia que ha causado gran revuelo: la humanidad estaría al borde de una crisis mundial de fraude, alimentada por las crecientes capacidades de la inteligencia artificial para suplantar identidades humanas.
“Lo que realmente me asusta es que algunos bancos todavía aceptan huellas vocales como método de autenticación”, declaró Altman. “Dices una frase y los fondos se transfieren. Es una locura. La IA ya ha superado a la mayoría de los sistemas de verificación, excepto las contraseñas”.
Este mensaje resuena como una confesión de impotencia ante un avance tecnológico que se mueve más rápido de lo que las instituciones pueden controlar.
Las preocupaciones de Altman no están aisladas. El FBI ya había alertado sobre el uso de voces clonadas para estafar a personas, engañar a funcionarios e incluso simular llamadas falsas de figuras políticas como el secretario Marco Rubio. Según Altman, esto es solo el comienzo. La próxima frontera será la manipulación de video en tiempo real, con videollamadas y conferencias falsas prácticamente indistinguibles de la realidad.
A pesar de estas amenazas, Altman afirma que OpenAI no desarrolla este tipo de tecnologías engañosas. Sin embargo, reconoce que la humanidad tendrá que aprender a navegar un futuro donde lo real y lo simulado se entrelazan peligrosamente. Por ello, respalda iniciativas como The Orb, una herramienta desarrollada por Tools for Humanity, que busca ofrecer “prueba de humanidad” en un mundo donde todo puede ser falsificado.
Más allá del fraude, Altman confiesa que lo que realmente le quita el sueño es la posibilidad de que un actor malintencionado tome la delantera en el desarrollo de una superinteligencia incontrolable. En el peor de los casos, una IA avanzada podría sabotear infraestructuras críticas o diseñar armas biológicas con una eficiencia aterradora.
Otra dimensión preocupante, según Altman, es el riesgo filosófico: que la humanidad delegue demasiadas decisiones a algoritmos sin salvaguardas éticas. Sin embargo, paradójicamente, también se opone a una regulación excesiva. OpenAI colabora con la Casa Blanca para desarrollar políticas públicas en torno a la IA, pero defiende que EE.UU. mantenga su competitividad frente a potencias como China. En ese sentido, la empresa abrirá una oficina en Washington en 2026 para educar a funcionarios, recibir líderes políticos y promover un uso ético y productivo de la inteligencia artificial.
En cuanto al empleo, Altman adopta una postura más ambigua. Mientras algunos líderes tecnológicos predicen despidos masivos, él señala que nadie puede saber con certeza qué ocurrirá. Admite que muchas profesiones desaparecerán, pero asegura que otras nuevas emergerán. “Dentro de cien años, las personas tendrán todo lo que necesitan sin necesidad de trabajar realmente”, afirma. “Inventarán ocupaciones o juegos de estatus social solo para sentirse útiles”.
Esta visión utópica —o distópica, según se mire— deja muchas preguntas sin respuesta. ¿Cómo se reemplazará a dentistas, enfermeros o constructores? Mientras tanto, OpenAI publicó un informe elaborado por Ronnie Chatterji, exasesor de la Casa Blanca, que revela que el 20% de los usuarios estadounidenses de ChatGPT lo utilizan como tutor personal, en especial jóvenes entre 18 y 34 años, lo cual podría señalar una transformación profunda en la educación y el trabajo.
OpenAI planea lanzar un estudio a gran escala sobre el impacto de la IA en el mercado laboral, junto a economistas como Jason Furman y Michael Strain. Lo cierto es que, entre promesas de eficiencia, amenazas sistémicas y sueños de omnipotencia, la inteligencia artificial ya no es solo una innovación. Es una fuerza transformadora radical que, si no se regula con responsabilidad política, podría reconfigurar —y posiblemente desestabilizar— los pilares mismos de nuestra sociedad.