Su marido la echo a ella y su hijo de 3 años. Pero la amante la siguió y le dio $1,000 dolares y le secretio “Vuelve en 3 dias…..Te llevaras una sorpresa”

 


Llovía como pocas veces se había visto en San Antonio aquella tarde. Las calles parecían ríos, y el cielo gris se cerraba sobre la ciudad como una manta pesada. Bajo esa lluvia, Mariana caminaba sin paraguas, con la ropa empapada y el cabello pegado al rostro. Su hijo de tres años, Gabriel, la miraba confundido desde su manita pequeña, sin comprender por qué habían salido tan deprisa de la casa donde había aprendido a dar sus primeros pasos.

Detrás, en el porche, estaba Andrés, su esposo. El mismo hombre al que había amado desde que eran unos muchachos con sueños y sin dinero. Ahora, él la observaba con una frialdad que la atravesaba como un cuchillo. Tenía el brazo rodeando la cintura de una joven de cabello largo y sonrisa arrogante: Valeria, la nueva pareja que él había decidido poner en su lugar.

“Ya te lo dije, Mariana”. Su voz sonó firme, casi sin emoción.  “Es mejor asi”.

Ella no contestó. No iba a suplicar, no iba a darles el gusto de verla derrumbarse. Apretó los labios, sujetó a Gabriel y siguió caminando bajo la lluvia.

No había dado más de veinte pasos cuando escuchó a alguien correr detrás de ella. Al voltear, vio a Valeria, una mujer alta y hermosa de cejas finas y mirada penetrante.

Ella le dijo “Espera”, mientras le metía un fajo de billetes en la mano. “Aquí tienes mil dólares”.

Mariana, enfadada, miró hacia el suelo y le dijo:

“No necesito tu dinero”.

“No es para ti, es para tu hijo Gabriel y te pido un favor”, respondió Valeria, con su cara seria y firme. “Busca dónde quedarte por tres días, solo tres. Luego vuelve. Y verás una sorpresa”.

Mariana se quedó callada. La propuesta era extraña, incluso sospechosa, pero no tenía adónde ir. Por su hijo Gabriel aceptó el dinero.

Esos tres días fueron eternos. Se alojó en la casa de Rosa, una vieja amiga que la recibió con un abrazo y un “Aquí siéntete como en tu casa, hermana”. Por las noches, mientras Gabriel dormía profundamente, Mariana permanecía despierta, mirando el techo, repasando una y otra vez su vida con Andrés: los sacrificios, las risas, las deudas que pagaron juntos. No extrañaba su amor; extrañaba la idea de familia que había creído indestructible.

En el amanecer del cuarto día, con la ropa limpia pero el corazón aún cargado, decidió regresar. No porque pensara reconciliarse, sino porque las palabras de Valeria le rondaban en la cabeza como un eco imposible de ignorar.

Al llegar, notó que la puerta principal estaba entreabierta. Entró con paso lento.

La escena la dejó sin aliento. La sala estaba hecha un desastre: cojines en el suelo, vasos rotos, botellas vacías y papeles por todas partes. El olor a alcohol y cigarrillo impregnaba el aire. En una esquina, Andrés estaba sentado en el suelo, con la mirada perdida, el cabello vuelto un disparate enmarañado y la ropa arrugada. No había rastro de Valeria.

“Ella me dejó”, murmuró con voz rota Andrés. “Se llevó todo: el dinero, los celulares, el carro.  “Incluso vació las cuentas de ahorro del banco; no me dejó ni el dinero de pagar el alquiler”.

Mariana se acercó sin prisa. Depositó a Gabriel, dormido, en una silla. Se sirvió un vaso de agua y bebió, como si jamás hubiera sido expulsada de ese lugar.

Andrés continuó: “Me dijo que era una prueba. Que quería ver si yo era capaz de dejarte a ti y a mi hijo. Y lo hice… como un idiota. Pensé que Valeria me amaba y estaba enamorada de mí. En tres días entendí que todo lo que tengo… te lo debo a ti”.

Ella lo miró fijamente. Ese hombre que antes había sido su compañero, su refugio, ahora no era más que un extraño arrepentido. Ya no había rabia en sus ojos, solo la calma de quien ha tocado fondo y ha aprendido a levantarse sola.

“Tres días… que para ti fueron una prueba, y para mí… una vida entera”, dijo, con voz serena, Mariana.

Andrés se arrastró hacia ella, con lágrimas en los ojos.

“Mariana, por favor… dame otra oportunidad”.

“No me pidas perdón a mí. Pídeselo a tu hijo” -respondió Mariana, señalando a Gabriel.
“Él es el que pagará por tu egoísmo. Pensaste que encontrarías la felicidad dejando atrás lo que te conocía y te cuidaba… pero olvidaste que lo más valioso siempre estuvo frente a ti”.

Él agachó la cabeza, y las lágrimas cayeron sobre sus manos.

Mariana tomó a Gabriel en sus brazos. Caminó hacia la puerta. Antes de salir, se volvió y dijo:

“No te odio. Pero tampoco puedo volver. Esta vez me voy porque yo lo decido. Voy a empezar una nueva vida, por él… y por mí. Si te queda algo de conciencia, cuida lo poco que aún tienes”.

Y salió bajo una llovizna ligera, pero ya no como una mujer echada ni derrotada, sino como alguien que había elegido su propio camino.

El vecindario pronto se llenó de murmullos. Algunos lamentaban la caída de Andrés; otros admiraban la fortaleza de Mariana.

¿Y Valeria? Nunca más se supo de ella. Algunos decían que solo quería burlarse y darle una lección a todo hombre que conocía porque la habían engañado. Otros aseguraban que era una estafadora con una misión para ganar dinero. 

Para Mariana, no importaba. Lo único que sabía era que:  gracias a esos tres días, había descubierto la verdad, cuando la ambición y la mentira se mezclan, siempre terminan dejando al descubierto el verdadero corazón de las personas.

Nota:  Esta historia es real, sin embargo, algunos nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus verdaderos protagonistas.

agosto 14, 2025
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